Inmensa tierra.
Melodía de manantiales
esculpen su rostro.
Olor a lluvia
nube de aire arropando claveles
rojos
de vuelta al sol y a la
montaña.
Verde florecido
apacible
el caballo andando
hablando al camino
conocido de años.
Imperceptible el anciano
antes de la aurora
preñando la tierra de
hortalizas
con sonrisa sin dientes
al hombro su fruto.
Y aquella casa
de barro y caña
vestida de blanco pulcro,
el molino, el fogón
con olor a abuela de crinejas
largas
perfectas
amasando desde toda su
genealogía
hasta mis hijos
y los suyos, tal vez.
Pedazos de noche
alumbrada de estrellas
con ruidos de fantasmas, brujas
y duendes
correteando en las lechugas
trastabillando en la puerta.
El sonido del turpial
de la caída del agua
del radio de la casa de allá
arriba
los lleva el viento
como eco
sin oídos
hasta detrás de amarillos y
verdes
derramados a lo lejos.
El frío tocando los huesos
recoge los cuerpos alrededor
del altar
lleno de santos y velas
protectores en la enfermedad
sin médico
del miedo asaltando el camino de
luna
de los muertos esperando la
eternidad.
Pedazos de Andes
de campo, de siembra
de familia campesina
con pocas letras
montañeros, montañeras
de corazón limpio
naturaleza hecha retrato.
Me golpea el recuerdo
encuentro mi raíz:
en mi sangre corre el caballo
el montaráz
la abuela, la apacible
el silencio del monte
con olor a lluvia y a clavel
y la terquedad
inquebrantable terquedad
de la fe en la esperanza
imponente
como la montaña
como los Andes.