Conocí un roble de
jaspe vistiendo el fuego,
fortaleza tocando a
Dios y a su sonrisa,
llegó del Atlántico
en la tarde
con una orilla en un
papel
y la otra en la
memoria y la nostalgia,
tal vez ahogando
lágrimas
con el rostro
levantado
y el destino en
silencio.
Era corazón de
madera perfecta
era canción en la
noche de recuerdos
bajo su sombra
escuché nombres, cuentos, lugares...
campanas repicando
la memoria hecha retrato;
voces susurrando,
recordando a
Morcone en las esquinas.
Conocí la fuerza del
espíritu
esculpido de trabajo
y de servicio
obediencia y
voluntad
coraje y sacrificio
empujando la mañana
en la tormenta,
con heridas de
muerte a pesar de los años
con manantiales de
vida derramada en sus milagros.
Era generosidad
recorriendo las venas
flores en el centro
de la mesa
sin mancha, sin polvo
cristal limpio,
aire bañado de
pureza,
brillo en la morada.
Conocí la franqueza
hecha palabra,
lenguaje sin muletas
la razón en los ojos
sin miedo
palpitando en los
oídos,
desenmascarando
mentiras,
montaña conquistando
su verdad.
Era fuerza
removiendo el piso
defensa hasta la
muerte de los suyos
lucidez de luna
llena
hasta el último
minuto.
Era roble hecho
mujer,
sembró su historia
en este suelo,
su aire en esta
arena.
Aquí está con su
guerra y su paz
sus sueños y
desvelos,
aquí está en los
ojos ahora dormidos
de más de medio
siglo.
Aquí está Leticia,
con el azul de nonno
en sus manos,
abrazada a la mirada
de océano
compañía por encima
de la muerte,
aquí está el roble
con su azul,
el corazón de madera
perfecta,
vivo,
dando sombra,
dando fruto.